Laudato si' y el llamado a una ecología integral

Una reflexión sobre los principios ecológicos y sociales planteados en la encíclica de 2015 que sigue desafiando a líderes y ciudadanos.
26 de abril de 2025 por
CARLOS ALBERTO JAIMES CASTRO
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El fallecimiento de Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, constituye un suceso que forma parte de nuestra historia contemporánea. Como todo personaje de relevancia pública, su figura provoca diversas interpretaciones, adhesiones y críticas, que forman parte del legítimo ejercicio de una sociedad crítica y plural. Sin desconocer la existencia de estas posturas divergentes, esta reflexión se centra en uno de los aspectos que, con independencia de credos y opiniones, marca un hito en el devenir humano: su visión sobre el medio ambiente y el llamado urgente a cuidar la Tierra como un deber ético y colectivo.

Desde su elección como pontífice en 2013, Francisco posicionó la cuestión ambiental no como una preocupación secundaria, sino como un eje transversal del compromiso cristiano y ciudadano. Lo hizo desde una perspectiva que desbordó el ámbito religioso, colocando en el centro el principio de ecología integral: la comprensión de que todo está interconectado —las personas, los ecosistemas, las estructuras económicas, las dinámicas sociales— y que no puede haber justicia social sin justicia ambiental.

La publicación de la encíclica Laudato si', en 2015, representó uno de los gestos más poderosos de su pontificado. En ella, Francisco no solo denuncia la explotación desmedida de los recursos naturales, la contaminación de los mares y la deforestación desenfrenada, sino que señala, con claridad poco habitual en documentos de esta índole, las raíces sistémicas de la crisis ecológica: una economía basada en la lógica del descarte, el consumo irracional, la inequidad global y la indiferencia ante el sufrimiento de los más vulnerables.

El clamor de la Tierra y el clamor de los pobres” son, para Francisco, un mismo grito. El deterioro ambiental y el deterioro humano son manifestaciones paralelas de un modelo que ha perdido el sentido del límite y de la responsabilidad.

La trascendencia de este pensamiento radica en que, desde un lugar de enorme influencia simbólica y política, el Papa Francisco rompió con visiones fragmentadas y sectoriales de la ecología. No apeló únicamente a la conciencia individual, sino que hizo un llamado a los líderes mundiales, a las organizaciones internacionales, a las empresas y a los ciudadanos comunes, para repensar las bases mismas de la convivencia humana sobre el planeta.

Su influencia fue más allá del discurso: la encíclica Laudato si' fue citada en foros de Naciones Unidas, en acuerdos climáticos, en movimientos sociales por el clima y en la agenda pública de numerosos Estados. No fue extraño que líderes de distintas confesiones, científicos, activistas y pensadores laicos reconocieran en ese texto una fuente de inspiración para una acción conjunta frente a la emergencia climática.

Aun así, los retos que enfrentamos son más grandes que cualquier esfuerzo individual o institucional. Más que un recuerdo personal, el legado ambiental de Francisco es un mensaje que sigue vigente: nos invita a pensar en el futuro y a asumir nuestra responsabilidad colectiva como humanidad.

El próximo pontífice, y con él millones de creyentes y ciudadanos de diversas latitudes, deberán enfrentar la pregunta ineludible de cómo continuar y profundizar este compromiso con la Tierra. No basta ya con enunciar la necesidad de cambio: la emergencia climática, la pérdida de biodiversidad, las migraciones forzadas por desastres ambientales y el colapso de ecosistemas esenciales exigen acciones audaces, reformas estructurales y una ética global del cuidado.

La voz que desde el Vaticano se alce en los próximos años tendrá una responsabilidad inmensa: no solo en la guía espiritual de una comunidad religiosa, sino en su capacidad de movilizar voluntades políticas, económicas y sociales a favor de un cambio real.

Hoy más que nunca, necesitamos dejar atrás esa forma de pensar que nos hizo creer que podíamos dominar y explotar todo a nuestro antojo, y que nos tiene al borde de una crisis ambiental sin precedentes. Jorge Mario Bergoglio nos recordó algo esencial: “todo está conectado”. No hay futuro digno si no aprendemos a respetar la vida en todas sus formas.

En memoria de esta visión, la tarea que sigue es clara: no basta con rendir homenaje a las palabras. Urge encarnar sus principios en políticas públicas, en estilos de vida, en prácticas económicas y en relaciones sociales que restauren la armonía quebrantada entre la humanidad y su casa común.

Ese es el desafío que queda abierto para los líderes del presente, para los constructores del mañana, y para cada uno de nosotros.

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